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Flores, vigilia y mesas parlantes: iluminaciones entorno a una vela

José Luis Valverde
Del 12 de Abril al 31 de Mayo de 2025

No es la primera vez que José Luis Valverde (Málaga, 1987) expone en Sevilla, sí, sin embargo, que lo hace sin su hermano, también pintor, pues provienen de una saga de pintores —su abuelo era José Valverde Jiménez— de la que ambos son custodios y consecuentes. Ahora, casi coetáneamente, han coincidido exponiendo en la ciudad, pero de manera individual cada uno de ellos, otorgando mayor entidad a su pintura sin más diálogo que el que un pintor caminado requiere consigo mismo y que da lugar a un proyecto certero y meditado. La exposición es prácticamente inédita, con obras que han sido creadas entre 2024 y 2025.

El título de la exposición condensa todas sus fuentes y anuncia todo lo que recoge, aquello que la propia exposición es por sí misma: su forma, sus temas, su reflejo, la trascendencia y la inspiración. El momento que narra cada obra, las inquietudes internas de su autor, los detonantes e incluso el momento en que se enmarca la muestra. También el profundo respeto que siente por venerados autores de un cierto aire maldito, y por otros cuya trayectoria se caracteriza por haberse desarrollado al margen.

Los títulos de las obras, por su parte, refuerzan estas ideas y nos trasladan a sus propias fuentes literarias e intereses llevándonos una y otra vez, de un modo u otro, a idénticos destinos situados entre lo perverso, lo decimonónico y lo efímero.

Coherente y comprometido con su propio lenguaje, se encuentra en un momento de posición nómada. Su pintura, gestual y oscura, contrasta con destellos fulgurantes que aparecen para alumbrar sus abismos en algunos casos. Otros, por contra, son per se un estallido de color, pero de forma categórica, en ninguno de los casos omite la atención absoluta que en su pintura tiene la carga alegórica, la tenebrosidad y el hermetismo.

Su pintura, estrechamente ligada a la literatura en general y a la poesía en particular, coge referencias sublimadas que traduce al plano visual a través de unas imágenes cargadas de misterio y lirismo que parecen cristalizar como el culmen de un rapto de creación automática, revelada. Ciertamente, la configuración de sus obras, sin obviar las referencias directas a los géneros históricos de la vanitas o el bodegón floral, tiene tendencia al psicoanálisis.

A través de sus obras, Valverde disecciona imágenes que fragmenta y une a su criterio, abriendo una puerta a lo trascendental, lo vivido y la experimentación, como si emanaran de sus manos los cuatro cuadernos perdidos en los que Victor Hugo recogió sus mensajes con el más allá, quizás con intención terapéutica. Así lo hacían artistas como Beuys cuando orientaba sus creaciones hacia una sociedad decadente y espiritualmente enferma.

Tras la factura de sus trabajos se vislumbran influjos del surrealismo, el expresionismo, el simbolismo y la materialidad. Una pintura generada mediante letanías y permutaciones de símbolos que se conforman de forma elástica a través de su absoluto dominio de la materia y el control que demuestra sobre el óleo, configurando según las necesidades de cada trabajo una pintura alterada, dilatada y expandida que no descuida la mesura. De alguna manera, solidifica la pintura contra lo insustancial o lo que se desmorona.

Los temas que aborda son amplios y los significados infinitos. Descontextualizando y alusiones religiosas, profanas, supersticiosas, folklóricas, litúrgicas, místicas o hagiográficas, y su contemplación permite niveles de acceso controlado por el propio artista que muestra una serie de elementos de sugestión danzantes, en algunas ocasiones, y nos deja, en otras, abrir la puerta a narraciones libres y detalladas de pequeños sucesos armados mediante la vinculación de estos.

En cualquier caso, nos encontramos ante una pintura llena de emblemas que se entrelazan tan preclaros como rigurosos, de manera tan abierta como tradicional, tan vanguardistas como clásicos y esto ocurre tanto en lenguaje como en iconografía, referencias, imágenes y formas. La influencia que en este artista ejerce la poesía es manifiesta y queda patente con el interés que tiene en los símbolos, la metáfora —la poesía de la imagen—, lo que esconde. Pero el viaje se completa cuando estos símbolos se rinden a lo fáctico, cuando el artista usa su magia y estos se tornan visibles. Es entonces cuando el creador entrega el oro de su caverna. Esta característica es crucial en el trabajo de José Luis Valverde.

Pero no demos todo por hecho. Avancemos en el juego que plantea el artista entre comprensión y contemplación. La exposición está llena de intensidad y asociación. Rememoración de lo sustancial, lo relevante, lo esencial. Lo lúgubre y lo funesto. Luces y arcoíris ocasionales que prefiguran un fulgor certero hacia un camino dichoso. Caras fragmentadas y espacios diferenciados. Interiores, mesas, naturalezas muertas. Mariposas, crisálidas y esqueletos. Putrefacción y renacer. Tentáculos, arácnidos, anélidos, zootropos y ojos enrojecidos.

La creación de nuevas cosmogonías siempre ha sido síntoma de incertidumbre cuando se aplica a una pintura rigurosa, auténtica, clásica. Religiosidad, el culto a sus ancestros, la fascinación por la muerte, constante atención al propio inconsciente, una búsqueda incesante en las fuentes literarias y reverencia a lo que está en los márgenes. ¿Esto lo convierte en el último pintor romántico?

Patricia Bueno del Río Abril, 2025